Ignacio Araya Chanqueo
Harto movimiento hubo en los últimos días de la dictadura militar, en ese caluroso verano del 90. Pinochet se va a despedir a todo Chile ("Misión Cumplida" se llamaba el tour) y aterriza en Antofagasta el 7 de febrero. Acá inaugura los sitios 6 y 7 del puerto y dice que "no se debe confundir con debilidad la transparencia con la que se desarrolla la entrega del mando".
A los dos días, el nuevo gobierno designa las nuevas autoridades: Blas Espinoza en la intendencia, Floreal Recabarren en la alcaldía y Bernardo Julio en la Gobernación, pero Julio rechaza la nominación (se va de embajador a Ecuador) quedando Luis Hernán Pavez a cargo.
Todo parece ser buena onda entre los salientes y los entrantes. El 22, el intendente Manuel Achondo se junta con Espinoza para explicarle lo realizado a la fecha. Ahí le entrega un documento, la "Conquista del Desierto", un programa que proyectaba la Antofagasta del año 2000. En la municipalidad, lo último que hace el alcalde Dragomir Goic es inaugurar una multicancha en La Chimba, el 8 de marzo, y otra en el Garaje Municipal, el 10.
Mientras en Valparaíso asume el Presidente Patricio Aylwin, en Antofagasta hay un raro vacío de poder. Achondo se va el 11, pero como el Presidente aún no firma ningún decreto en Santiago, Blas Espinoza asume recién el 12. Por un solo día, el abogado Antonio Varas es el intendente. En la municipalidad pasa algo parecido con Rodolfo Gómez, secretario municipal y alcalde por un día.
La fiesta por la llegada del nuevo gobierno se hace en la Plaza Colón, y la CUT organiza dos columnas de gente desde Nicolás Tirado y la U. del Norte. "No seremos sólo palabrería", le promete el gobernador Pavez a la muchedumbre.
La gente sale a las calles a celebrar la llegada de la democracia. Los autos se embanderan, la gente grita y hace sonar bocinas. El primer día, las autoridades visitan a los presos políticos y la muni llama a propuesta pública para construir 248 nichos en el cementerio, una de sus primeras tareas. El alcalde Recabarren tranquiliza a los que se quedaron. "No habrán despidos en masa", dice.
La historia del país entra en una nueva etapa y se nota en los pasillos de la intendencia, porque los nuevos funcionarios se saludan hasta diferente. "Buenos días compañero" (o correligionario, o camarada, dependiendo de dónde venía cada uno), dicen. A los socialdemócratas, nuevos en esto del poder, les preguntan qué término van a usar y, no muy seguros, acordaron tratarse de "correligionario" para los mayores y "compañero" para los jóvenes.