Durante todo el verano de 1996, un psicópata atacó sexualmente a 25 mujeres en Antofagasta, sin que la policía, que le seguía los pasos, lo pillara. Sin embargo, el 19 de junio, mientras el hombre iba caminando por Copiapó con Ossa, una de sus víctimas le reconoció el perfume y cayó.

El sujeto resultó ser Jorge Concha, cabo segundo de la Armada que trabajaba en el Centro de Telecomunicaciones de la Guarnición Naval. 17 mujeres víctimas de violación lo reconocieron, pero él aseguró haber participado en once ataques.

El Observatorio Paranal

Hasta los reyes de Suecia -Carlos XVI Gustavo y Sylvia- llegaron a Paranal para inaugurar simbólicamente el Very Large Telescope (VLT), observatorio ubicado a 130 kilómetros de Antofagasta que captó sus primeras imágenes en mayo de 1998. El Presidente Frei depositó ahí una "cápsula del tiempo" con los documentos originales.

En esa época, el telescopio estuvo a punto de irse a otro país, porque los terrenos pertenecían a la sucesión del Almirante Juan José Latorre (¡desde la Guerra del Pacífico!). Los herederos lograron que la Corte Suprema detuviera los trabajos, pero finalmente continuaron, ya que según el Gobierno, la ESO tenía inmunidad de jurisdicción.

Separan a los siameses

El 28 de diciembre del 95 nacieron los siameses antofagastinos Cristopher Alejandro y José Alfredo Serrano, quienes compartían el hígado y una parte del intestino delgado. Fue en Santiago, en el Hospital Luis Calvo Mackenna, que los hermanitos fueron operados para su separación (30 de marzo). Los pequeños, que pesaban juntos ocho kilos, no pudieron soportar la vida por separado: Cristopher falleció el 22 de abril y José Alfredo el 5 de junio. Ambos descansan juntos en el Parque del Recuerdo de Antofagasta.

Ignacio Araya Chanqueo

Alguno de los cientos de antofagastinos que fue a bañarse a la costa frente a la población Peñablanca, el 19 de febrero de 1996, se dio cuenta de un enorme bulto que se veía lejos, en el horizonte, contrastando con la inmensidad marina. El bulto oscuro, que resultó tener cola y cuatro toneladas de peso, era una enorme ballena que venía herida por el arponeo de pescadores. Fue la marejada la que la trajo a la misma orilla.

Esa tarde de lunes, el dato corrió de boca en boca y la playa se llenó de gente a ver a la ballena. La Armada y el Sernap (así se llamaba el actual Sernapesca) esperaron que subiera la marea para que el mar se la llevara, pero, al parecer, la ballena no tenía mucha posibilidad de sobrevivir. Entre niños y curiosos empujaron el cetáceo para que volviera a su agua, pero no hubo caso. "Aparentemente, tiene un daño irreparable en su sistema pulmonar", contaba Mario Muñoz, director (s) del Sernap.

Algo pasó esa noche. Se apagaron las cámaras, se fueron los periodistas, la gente se fue a acostar y la ballena quedó ahí, sola, a la deriva. En la oscuridad, alguien tomó una cuchilla, una bolsa y empezó a tajear al animal para sacar carne. Mientras iba amaneciendo, decenas de personas le metían cuchilla a la ballena cuando ésta seguía viva.

La carnicería fue lamentable. A la ballena la dejaron despedazada y la gente cuchicheaba que la carne de ballena era sumamente parecida a la de vacuno. El Servicio de Salud dudaba bastante de esa idea, porque las aguas de la Peñablanca, por entonces, estaban contaminadas por las descargas de agua servida. Mientras los niños tocaban los trozos de ballena abandonados como si fuera jalea, el director del Sernap contó que, al final, nunca hubo arponeo, porque al parecer las heridas de la ballena fueron por la acción de rocas. ¿Y quien se hace responsable por la sanguinaria carnicería? Nadie, decía Muñoz, porque al Sernap no le correspondía vigilar y tampoco tenían personal para eso.