Los héroes que rescataron a madre e hija en plena tragedia
El capitán Javier Salinas y el suboficial Abraham Bastías de la V Brigada Aérea de la FACh en Antofagasta, recuerdan cómo fue salvar a las dos mujeres que se encontraban atrapadas en el temporal que golpeó a Copiapó en marzo de 2015.
Es el 23 de marzo de 2015, en la Región de Atacama. La lluvia y el barro arrasan con varias comunas y lo peor, es que debido a ello se desbordaron los ríos Copiapó y El Salado. La situación es crítica, no se sabe hasta ahora el número exacto de damnificados ni de fallecidos o desaparecidos.
Con el correr de las horas la situación parecía empeorar, con caminos destruidos, cortes en la energía eléctrica y en el sistema de comunicaciones.
Los siguientes días y en medio de un estado de catástrofe, recién fue posible conocer la magnitud de esta tragedia: 22 fallecidos (de los 25 en total en la zona norte), más de 28 mil damnificados y decenas de desaparecidos, además de los cuantiosos daños.
Hoy a casi un año de ese episodio, sin duda es un recuerdo que jamás olvidarán los chilenos, sobre todo los habitantes de la Región de Atacama, ni tampoco quienes estuvieron luchando contra la lluvia y el barro para rescatar a los sobrevivientes de lo que fue catalogado como el peor desastre pluviométrico de los últimos 80 años.
Esos momentos son los que tampoco se borrarán de la memoria del capitán Javier Salinas y del suboficial Abraham Bastías, ambos de las fuerzas especiales de la V Brigada Aérea de la Fuerza Aérea, cuya base se encuentra en Cerro Moreno Antofagasta.
Aún se emocionan cuando recuerdan la operación de rescate de Rosa Castro y su joven hija Lucia Andreani, en el sector Bodega de Copiapó.
Desesperadas, al igual que otros vecinos, por el desborde del Río Copiapó y el aluvión que pasaba por las calles arrasando con todo, deciden hacer su último grito por aferrarse a la vida: subir al techo de su casa con la esperanza de que alguien pudiese encontrarlas y así rescatarlas.
En la tarde, La V Brigada Aérea desplegó sus unidades para ir en el rescate de los damnificados.
Al llegar al lugar, fue tal el impacto de la catástrofe que la tripulación a bordo del helicóptero Bell 412 permaneció por varios segundos en silencio, sorprendidos por el tremendo golpe de la madre naturaleza.
Rescate
Pero había que actuar. Durante la noche el equipo de la Unidad Táctica de Fuerzas Especiales de la FACh sobrevoló la ciudad de Copiapó. La oscuridad era total, por lo que el uso de la capacidad de vuelo nocturno de la máquina militar fue clave en esta riesgosa operación.
Pero Rosa y su hija, se mantuvieron firmes luchando por sus vidas. Por eso, ya en el techo y con bastante agua alrededor, utilizaron una linterna para que el personal aéreo las localizara.
Ahí se dieron cuenta de que las dos mujeres pedían ayuda, por lo que sin pensarlo dos veces utilizaron sus visores nocturnos para sacarlas del lugar antes que fuese demasiado tarde.
Con 16 años en la FACh, el capitán Javier Salinas dice que ha enfrentado varias situaciones de emergencia, pero nunca de esta magnitud. "Una vez que nosotros llegamos a la zona, vimos que estas personas llevaban 14 horas sobre el hecho y sin recibir ningún tipo de ayuda hasta ese momento", recuerda el uniformado.
Luego, hace una pausa y reconoce que lo primero que se le vino a la cabeza en ese preciso instante fue cumplir la misión: "El deseo de ayudar a la gente. Nosotros estamos para eso..."
El helicóptero Bell 412, el mismo que ha servido en otras misiones de rescate como el terremoto de 2010 en Cobquecura y años después en Iquique, así como también en el rescate de los 33 mineros de Atacama, además de buscar a las víctimas de la tragedia de Juan Fernández, comenzó a descender y acercarse a ambas mujeres.
Desde la máquina descendió una especie de gancho llamado tecle, en el que dos de los integrantes del equipo de rescate bajaron para tomar a ambas víctimas. La primera fue la joven Lucía.
Su madre le repetía incansablemente que debía estar tranquila, porque las encontraron y que pronto terminaría todo.
Entre el estruendo de las hélices y también del río que pasaba lleno de escombros por las calles de la capital regional, fue el suboficial Abraham Bastías el que bajó. En todo momento y equipado con los visores nocturnos, se mantuvo chequeando que las condiciones de esta operación estuviesen cien por ciento controladas para efectuar el rescate.
Aquí no había espacio para el más mínimo error, ya que las condiciones climáticas adversas o lo débil del techo donde se encontraba madre e hija podría haber cedido.
En sus 31 años que se mantiene sirviendo a la institución, fue la primera vez que se enfrentó cara a cara con un procedimiento de este tipo durante la oscuridad de la noche.
"Fue un momento bastante estresante, donde tuvimos que poner en práctica todos los procedimientos que se han entrenado", recuerda Bastías.
"Yo subí con la hija primero y el capitán se quedó con la señora. Fue una decisión de ella, natural que toda madre haría. Enganché a la niña con el arnés y subí con ella", añadió.
Ya estando en la máquina se dedicó a calmar a Lucía, quien sólo atinaba a agradecer el haber sido rescatada con vida y pedir que no dejaran a su madre. Ante esto, Bastías reconoce con orgullo que la sensación tras la operación es "de satisfacción por el deber cumplido. O sea, dar gracias a Dios por el entrenamiento y los medios que tenemos son bien aprovechados para nuestros ciudadanos".
Así lo siente también el capitán Salinas, quien reconoció que jamás dimensionaron la magnitud del evento y la cantidad de horas que estuvieron los sobrevivientes, como esta madre y su hija.
"Sentimos satisfacción del deber cumplido y porque la Fuerza Aérea se entrena constantemente para esto", dice el uniformado y agrega que tras el rescate se quedaron alrededor de 45 días para continuar con el trabajo.
Ahí se dio cuenta de algo que jamás se le olvidará y que caló hondo en su mente, lo que además lo marcó para siempre: esa capacidad de levantarse que tuvieron las víctimas del desastre, la misma que caracteriza a los chilenos.
Las mujeres fueron derivadas hasta el Regimiento N°23 de Copiapó. En ese mismo lugar y varios meses después, se reencontraron con los uniformados. "Ahí, la niña me comentó que yo le había aconsejado pensar que estaba en Fantasilandia, para evitar el miedo", finalizó Bastías.