La historia del sorprendente Cabo Cañaveral chileno
En la primera mitad de la década de los '60, el fundo Las Brisas de Santo Domingo fue escenario de una serie de lanzamientos de cohetes. Fueron los primeros pasos para conocer las estrellas.
Jesús Farías - Lider San de Antonio
1962 es recordado en todo Chile, y particularmente por los amantes del deporte, como el año en que se celebró el Mundial de Fútbol en nuestro país. El evento es rememorado -para bien o para mal- constantemente por la prensa y las personas que de alguna manera fueron partícipes y testigos de ese momento.
Lo que pocos recuerdan, o que derechamente desconocen, es que ese mismo año un grupo de jóvenes también hacía historia en la lucha por conquistar el espacio.
Se trataba de los integrantes del Centro de Investigación, Cohetería y Astronomía (Cica), que eligieron los fértiles campos de Las Rocas de Santo Domingo, en la provincia de San Antonio, para ser sede de sus hazañas científicas.
A principios de la década de los sesenta, los extensos potreros entre Navidad y las Rocas, fueron el epicentro de una serie de lanzamientos espaciales. Llegaron a ser tantos que la zona fue bautizada como "Cabo Santo Domingo" en alusión a Cabo Cañaveral, el lugar de la Nasa, en el estado de Florida, Estados Unidos, que fue centro de la investigación tecnológica que años más tarde, en 1969, permitió llevar al hombre hasta la luna.
Los lanzamientos de Cica se hacían en completo hermetismo, especialmente en verano, periodo del año en que la costa se repletaba -igual que en la actualidad- de bañistas. Pretendían evitar que los curiosos se acercaran a la zona de despegue y resultaran heridos con la explosión de los cohetes.
El domingo 21 de enero de 1962, un reportero gráfico y un periodista de la Revista Ercilla tuvieron acceso exclusivo al lanzamiento del "Epsilon I", un cohete de 3 metros y 55 centímetros de largo, 125 kilos de peso y 13 centímetros de diámetro, en el fundo Las Brisas de Santo Domingo .
El hecho fue publicado en una edición que vio la luz tres días después, el miércoles 14 de enero de 1962, con una portada dedicada exclusivamente al tema. "Epsilon I lanzó a Chile en la Era Espacial", decía el titular acompañado de una fotografía del cohete en el aire que abarcó toda la primera plana.
Un tesoro
El ejemplar de aquella revista permanece casi intacto bajo los cuidados del periodista y conductor de Canal 2 Luis Valderas, quien gentilmente accedió a prestarnos su reliquia por unos minutos para rescatar la inédita historia.
A partir de la lectura se desprende que los lanzamientos eran todo un acontecimiento, que se tenían que hacer en secreto para evitar interrupciones, y que incluso contaban con la participación de agentes del Ejército.
La mente maestra detrás de Cica era Rodrigo de la Vega, un joven de 25 años, que según el texto, siempre tuvo interés por "las luminosas estrellas".
"De la Vega descubrió dos pequeñas estrellas que hasta mediados del 60 permanecieron ocultas y que una noche -una tras otra- salieron al encuentro de su telescopio. Primero fue Nova de la Vega, en mayo; luego, la segunda, Variable de la Vega, de menos brillo que su hermana estelar, pero igualmente espectacular", dice el artículo.
"Soy un astrónomo sin título", declaró él a la entonces prestigiosa y pujante Revista Ercilla.
Ninguna casa de estudios quiso apoyar el proyecto de Cica. El "Epsilon I", que costó cerca de mil escudos de la época, al igual que los cohetes que lo antecedieron, fue financiado íntegramente por aportes de privados que compartían la pasión de Rodrigo de la Vega. Solo el Ejército participaba como espectador para estudiar la viabilidad de desarrollar estos instrumentos como armas de guerra en nuestro país. Todo indica que eso finalmente no pasó.
Lanzamiento
"En el quieto y pastoril Cabo Cañaveral chileno, cerca de unos rozagantes vacunos y ovejunos, se instalaron más de 60 personas. Rodrigo de la Vega y sus socios cohetarios no quisieron que el lanzamiento se convirtiera en un show y trataron de mantenerlo en silencio. Solo algunas excepciones de prensa, parientes y amigos. El resto fueron técnicos y como invitados de lujo, el general René Echeverría, el coronel Francisco Aracena Guzmán del Ejército", consigna la publicación.
"El domingo fue un día feliz para Cica. El enorme cohete fue transportado delicadamente en una camioneta y colocado sin inconvenientes en la torre de lanzamiento. El combustible, azufre y zinc, más una mezcla que constituye un secreto, fue preparado poco antes del lanzamiento", revela.
Todos salieron del perímetro de seguridad. Si el proyectil explotaba con personas cerca podría desencadenar "una tragedia", de acuerdo a la crónica periodística. A unos cuantos metros solo bastaba apretar un botón para que comenzara la acción.
"Para los militares fue una verdadera sorpresa ver cómo se levantaba velozmente esta masa de 120 kilos, que al alcanzar altura queda reducida solo a 40 kilos, con terrible y espectacular potencia", narra.
"Durante cuatro horas y media hubo tenso suspenso en torno al campechano lugar, interrumpido a veces por el paso de extrañados automovilistas que aceleraban apenas se daban cuenta de lo que allí se preparaba (…). El "Epsilon I" cumplió. Se elevó rápidamente, para, luego de permanecer 37 segundos en el espacio a una velocidad cercana al sonido, bajar a la tierra, silbando más agudamente que cualquier avión a chorro, y enterrarse en un trigal a escasos dos kilómetros del punto de lanzamiento".
El experimento tuvo dos consecuencias. La primera, el Ejército comprometió ayuda para la construcción de cohetes posteriores y, la segunda, un incendio forestal que consumió varios metros cuadrados alrededor del punto de lanzamiento.
"Los cohetistas habían despejado una extensión prudente de terreno, pero la explosión del despegue sobrepasó los cálculos y las llamas barrieron con una extensión mayor. De serios cohetistas, el grupo, amigos, curiosos, periodistas y hasta militares pasó a un improvisado cuerpo bomberil, premunido sólo de ramas y espíritu colectivo".
El reporte del enviado especial y corresponsal de revista Ercilla en Valparaíso, Enrique Cid, agrega que Cica se pondría a trabajar al día siguiente en un nuevo proyectil espacial. Esta vez con instrumentos capaces de medir distintas variables fuera de la atmósfera terrestre. El grupo estaba decidido a que nuestro país colocara su nombre "allá en el cielo".
¿Qué pasó con Cica o con Rodrigo de la Vega? No hay pistas de la agrupación, además de la publicación de la revista. Sus siguientes pasos seguramente quedaron plasmados en diarios que hoy guardan polvo en alguna biblioteca del país.
Del astrónomo sólo hallamos una pista. Fue testigo de un masivo avistamiento de un ovni en 1985, según un recorte de prensa de La Tercera que circula en internet. ¿Seguirá mirando las estrellas?, ¿se mantendrá con vida? No hay certezas. Lo único que está claro para desgracia de esos jóvenes soñadores es que Chile nunca tocó las estrellas.