Los campistas del Huáscar empiezan a llegar a la playa
Apenas termina la Navidad, decenas de familias sacan sus carpas y se pone a vivir todo el verano junto al mar, viviendo de la pesca y el relajo con el horizonte de fondo.
La familia Valenzuela Erazo se programa con meses de anticipación para cuando está por llegar el verano. Apenas pasa la pascua, cargan literalmente la casa entera en un camión y se van a vivir durante enero y febrero en el camping de Huáscar, mirando el mar. Con literalmente nos referimos a cocina, literas, sillón, refrigerador y lavaplatos, sólo que las murallas se reemplazan por lonas de color.
Ya son décadas desde que la Agrupación de Campistas de Antofagasta pide autorización para acampar legalmente en la playa, una tradición nortina que llena las caletas y playas de quitasoles, carpas y toldos de todos colores. En Huáscar, una solicitud enviada a la Gobernación Marítima les permite instalar prácticamente un pueblo entero bajo carpas.
La vida de mar es mucho mejor. Acá se organizan asados, celebraciones de aniversario, cumpleaños y a veces se arma un improvisado almacén entre toldos. La gente vive de lo que pesca o lo que compran en el supermercado, pero lo que es impagable, es la tranquilidad, dicen. "Pasamos el año nuevo, compartimos una cena y fuegos artificiales acá mismo", dice Pedro Valenzuela, el patriarca de la familia. Su hija come un huevo duro mientras corretea a la Cloe, su perrita.
Los baños
El único problema de este pequeño mundo desconectado de la ciudad es, precisamente, quienes vienen los fines de semana por el rato en los alrededores. Cada familia tiene su baño químico. Y como no son baños públicos, a veces los desconocidos se meten a una caseta abandonada a hacer sus necesidades. El olor dentro es espantoso. "La Estrella" visualiza un calzoncillo tirado.
-Toda la vida hemos tenido que cerrar- dice doña Elizabeth Erazo- Un vecino se trajo unas calaminas muy gruesas, trajeron un soldador y sellaron todo porque para el verano esto está asqueroso. ¿Pero qué sacamos si sacan todo?- dice.
Las calaminas que los vecinos pusieron para que la gente no se metiera están arrasadas. Dentro, además de excremento, un mar de botellas de vidrio y diarios quemados. Doña Elizabeth dice que la señora Elsy, quien representa a todos los campistas de la agrupación, tiene que limpiar sola todo este mugrerío aunque no le corresponda. El último día de campamento, son sacos enteros de porquería los que se sacan.
El agua es otra de las prioridades. Antes venían a dejarles un camión gratis, pero ahora pagan por el flete que les envía los metros cúbicos suficientes para la alimentación y baño. El agua sale plata, pero por estar en la tranquilidad de la playa, donde las olas y la arena es el panorama de todos los días, lo vale.
Don Pedro nos ofrece un vaso con Coca Cola y de pronto, llega un vendedor de helados. Así es la vida en la playa Huáscar, donde los campistas vuelven cada año a hacer su pequeña ciudad. Este año en Tacna se mandaron a hacer un cartel donde aparece el nombre de su agrupación, que van a colgar los próximos días. La tarde se pasa en un sillón, escuchando a lo lejos el sonido de gaviotas y niños jugando a la pelota, riéndose.