Atrapados a 210 metros bajo tierra
El 24 de octubre del año pasado marcó un antes y un después en la vida de Tomás Milla, pirquinero de la Mina Julia en Taltal, al ser sepultado por toneladas de material. Tras las secuelas del traumático episodio hoy dejó la faena por el mar.
Sobre el mueble que sostiene el televisor en su casa, ubicada cerca del cementerio de Taltal, se encontraba un recorte de prensa con las fotos, el que mandó a enmarcar. Eso sí y de forma contradictoria, el marco estaba tumbado y prácticamente oculto, tal vez una posición estratégica para no mirar siempre lo impactante del caso que las imágenes hacían recordar.
Pero el recuerdo es algo que difícilmente olvidará y pese a que dice que ahora, después de casi cinco meses de la experiencia, ya se encuentra bien, recuperado, Tomás Milla Álvarez (53 años) aún se emociona cuando tiene que contar su historia.
"Hubo un accidente" debe ser una de las frases más temidas en el rubro de las faenas mineras, teniendo en cuenta que ahí el tema de la seguridad es prácticamente un dogma. Pero el riesgo siempre está presente en cada movimiento y sobre todo para el caso de la pequeña minería, de la que poco se habla a comparación con los grandes titanes de la extracción del cobre que operan en Chile.
La mañana del 24 de octubre de 2017 vivirá en el recuerdo. Tomás estaba en el grupo junto a otros cinco trabajadores realizando labores en un pique minero de la Mina Julia, a 60 kilómetros al noroeste de Taltal.
La faena corresponde a una de las 96 de la pequeña minería en la Región de Antofagasta y a uno de los 64 yacimientos que se encuentran en la zona de Taltal.
Con 36 años de trabajo en el rubro el hombre se considera un experto en tronaduras, avances y túneles.
La misión de Tomás era la de habilitar una salida de ventilación y emergencia desde el nivel más al fondo, unos 210 metros bajo tierra según el trabajador, algo muy puntual que debía realizar. En el momento que ocurrió el derrumbe se encontraba a esa profundidad.
El turno lo componían seis trabajadores, cuatro de los cuales estaban en la parte subterránea. Entre ellos Tomás y su compañero Luis Alberto Flores (42).
El primer día del turno después del descanso para la parte final del trabajo comenzó como siempre, con la charla inductiva de seguridad. De los seis faeneros cuatro quedaron en la parte subterránea, dos en el metro 180, mientras que Tomás y Luis en el fondo.
"Les dije, ante cualquier eventualidad o evento peligroso ustedes salen...y me hicieron caso", recuerda el pirquinero.
A eso de las 10:00 horas, el colapso de un antigua "buitra" (depósito) ocasionó el deslizamiento de "saca", lo que en lenguaje minero corresponde al material estéril producido después del polvoroso, tapando la salida al pique y cubriendo un área de 10 metros aproximadamente.
"Estaba ejecutando la perforación y noté que se me cortó el suministro de agua. Le dije a mi ayudante que fuera a verificar qué pasaba y cuando veo un polvo por inercia saco la máquina y digo 'acá quedó la crema. Socio, acá estamos sonados, ojalá que Dios nos escuche y no les haya pasado nada a los dos compañeros. No hay más salidas'".
14 horas en silencio
Tomás y Luis no supieron de sus compañeros hasta 14 horas después, cuando fueron rescatados por personal de Sernageomin, Dirección del Trabajo, Seremi de Minería, rescatistas, personal de apoyo minero, y los organismos de emergencia. Afortunadamente, los otros dos hombres que se encontraban más arriba lograron subir por las suyas los 140 metros hasta la salida, resultando con lesiones leves.
Pero la preocupación estaba abajo, a 210 metros. Tomás se reconoce como un creyente y atribuye a la fe que pese a que más de 100 toneladas de material y tierra cayó en el pique, éste logró dañar una manguera de un compresor de aire.
Sin embargo, "un hilito de oxígeno" llegaba hasta la galería en donde estaban atrapados. Ese detalle fue clave, uno que marcó la diferencia entre la vida y la muerte, porque también tenían agua envasada para evitar la deshidratación. "Si se hubiera cortado ese aire, ahí sí que habría sido otra cosa", recuerda.
El frío se hacía sentir con fuerza en esa profundidad, al igual que el silencio absoluto. Mientras que la oscuridad era total y debieron recurrir a sus lámparas de trabajo, alternando cada una para no gastar las baterías.
La experiencia de Tomás le permitió darse cuenta que no existía forma de salir por sus propios esfuerzos, ni tampoco saber cuánto tiempo estarían ahí. Buscó tranquilizar a su compañero, comentándole que no había que desgastarse haciendo esfuerzos, ya que en algún momento alguien iría al rescate, pero las horas se hacían eternas.
En todo ese momento pensaba en su familia, en sus nietos, en poder volver a verlos. En otros rezaba o bien, calmaba a Luis que a ratos comenzaba a ser víctima del estrés, también consigo mismo y con la diabetes que tiene para no descompensarse.
Casi 12 horas después recién tuvieron contacto con el exterior. Ambos mineros sepultados lograban escuchar el movimiento de tierra en la superficie, literalmente estaban "tirando palas" para remover el material. Los rescatistas seguían avanzando cada vez más.
"Nosotros gritábamos desde abajo, ellos no nos podían escuchar, pero nosotros sí...Le dije a mi compañero insertemos un fierro y llegó la punta (subiéndolo hasta la salida) y ahí vieron que algo estaba pasando".
Del cerro al mar
A las 0:14 horas del miércoles 25 de octubre se concretó el rescate, con Tomás y Luis en buenas condiciones y lo primero fue el reencuentro con sus familias.... Entre medio de la alegría de los rescatistas por el exitoso trabajo, pero aún en shock do por la experiencia, el pirquinero se retiraba lejos de las cámaras y los medios, todavía era muy temprano para asimilar lo ocurrido. Comenzaría una nueva etapa, lo que vendría después del impactante suceso.
"Mi mamá no sabía nada. Se enteró al día siguiente y fue caótico porque mi padre también murió en las minas a los 36 años y fue como revivir eso...".
Después de las visitas de amigos, comenzó a hacerse presente el estrés post traumático de haberse enfrentado cara a cara con el peligro. Tomás comenta que en la misma casa sentía "como que no reaccionaba, me sentía invadido de algo, no sabía cómo salir y me desesperaba". A veces hasta soñaba con el mismo encierro y la oscuridad de aquel pique.
"El doctor me recetó pastillas, eran muy fuertes, a veces las tomaba sin control y no me acordaba de nada. Incluso me llevaron a votar el día de las elecciones y después no me acuerdo si acaso voté o no...".
Tras el derrumbe, Sernageomin determinó el cierre temporal de la mina (en funcionamiento desde 2010) hasta que la empresa entregara garantías de renovar las operaciones para que el trabajo en ella cumpliese con las medidas de seguridad, cuya reapertura se concretó en noviembre pasado.
El organismo informó que el 12 de febrero inició el proceso sancionatorio por contravenciones al Reglamento de Seguridad Minera, una por 30 UTM (Unidad Tributaria Mensual) y otra por 40 UTM, de acuerdo a la normativa.
Dos semanas pasaron después del rescate y nuevamente Tomás se vio cara a cara con el pique de la Mina Julia. Contrario a la opinión de la familia, el hombre mantuvo fuerte su determinación del deber y volvió al yacimiento a terminar el trabajo encomendado, algo así como una despedida, incluso acompañado de su compañero Luis Flores. Ninguno tuvo miedo. Fue entonces cuando se dijo: "Hasta aquí no más dura Tomás Milla en las minas..."
"Tata te quiero mucho, de Pazita". La frase escrita con lápiz grafito en una hoja fue suficiente. Seis palabras hiladas por su nieta María Paz de ocho años y que le dejó en la cama a Tomás a los días después del rescate: "Me estremeció". El mensaje se quedó guardado en su cabeza y detonó el dejar la minería después de terminada la faena en el pique. La familia estaba primero.
Las costas cercanas a Taltal se caracterizan por ser un lugar predilecto para la extracción del huiro, una actividad a la que se dedica uno de los hijos del minero y en la que él encontró un refugio, lejos de los riesgos propios de estar bajo tierra.
Desde la comuna, Tomás toma su camioneta y conduce hasta un sector llamado Las Lisas, alrededor de 50 kilómetros al suroeste. Ese es su nuevo "yacimiento", ya no en extracción de mineral, sino que de algas, cambiando el llamado cerro por el mar.
Desde acá vive su nueva vida como alguero, teniendo como "oficina" un ruco levantado a orillas de la playa. Con el sonido de las olas golpeando las rocas, reflexiona:
"Ahora soy un lobo de mar. Lo que me ocurrió a mí fue accidente impredecible, un caso puntual...En estos momentos estoy bien con el apoyo de mi familia, pero me emociono por el hecho de estar acá y le agradezco a Dios todos los días..."
No todo fue traumático en este episodio, ya que también hubo espacio para la anécdota, aunque en forma de una promesa . Entre risas, recuerda que estando en la ambulancia, se acercó el intendente Arturo Molina a ver cómo se encontraba: "Ahí me dijo que para pasar esto, nos invitaría a una cena con todos los rescatistas y bueno... aún lo estamos esperando jajajaja (ríe)".