El coleccionista de monedas que recorrió el mundo por su hobbie
Para Franz Heyl Olivares dedicarse a la numismática, es mucho más que un pasatiempo. Desde los 12 años, puede presumir -aunque es de bajo perfil- de poseer un compendio de más de cuatro mil monedas. Todas conservadas.
Dicen que moneda ahorrada, moneda pagada.
De hablar pausado y con la melancolía propia de esos lobos de mar varados a la fuerza en tierra, basta que se mencione un detalle a gusto para que en él la pasión lo lleve a levar anclas. Zarpar al tema.
Como un acorazado que los años encorva pero no doblega a esa existencia curtida, en un-dos, ahora las ráfagas verbales del coleccionista, hoy sin uniforme, salpican con fuerza al interior de su casa compacta ante la pregunta que nos convoca: las monedas.
Franz Heyl Olivares, oriundo de La Calera, jubilado de la Armada de Chile, ex suboficial de mecánica electrónica en sonares y navegante a los siete mares ya en retiro -"aunque siempre alerta", acota-sujeta con la mano derecha una estructura metálica, diminuta, ovalada y que observa como si fuera el Santo Trial, mientras que con la izquierda apunta extasiado hacia un pulcro archivador de tonalidad lila ubicado en un rincón de la residencia. "Mi tesoro", le llama. Y que resguarda con total sigilo.
Entonces Olivares se da media vuelta para clavar la mirada a ese tesoro. Allí, entre plastificados y páginas en blanco, reluce a la curiosidad una compilación de culto, de las pocas existentes en número y origen en la región (aunque asegura no pertenecer a "un círculo de coleccionistas en particular"), acerca de aquella afición desplegada en modo dato.
Reliquias de valor
Una afición que tiene por nombre técnico, numismática... esa que designa el estudio y el coleccionismo de monedas y papel moneda emitido por una nación con el diseño oficial del país.
Y que en Franz Heyl Olivares, de sangre alemana, no son pocos los objetos al inventario suyo: más de cuatro mil monedas -y también billetes-, 800 de esas separadas o clasificadas por épocas. En total, provenientes de 74 países y un catálogo que contiene a "joyitas" acumuladas de todos los continentes.
A sus 56 años de edad, este sujeto de rostro bonachón y gentil al trato evoca a golpe investigativo recuerdos ligados a epopeyas marinas que tienen a estas piezas de colección como el bien más preciado a su carrera. Como buen marinero, de puerto en puerto, siempre se las arregló para dar con ese otro amor: las monedas. Sea por casuística, obsequios o compra, como las 50 que confiesa haber adquirido desde su bolsillo hace unas semanas, lo importante aquí es preservar la esencia. "Cuidarlas".
Así asoma una prenda que resguarda al brillo, con data añosa: 1817 y del Estado de la Ciudad del Vaticano. Metálico que fue acuñado en honor del Papa Pío XII, famoso porque bajo su papado se creó la bandera de la Santa Sede.
"Esa moneda está autenticada en un sitio especializado. La obtuve en un trabajo mientras reparaba una muralla. La señora a cargo de la casa quería botar todo", dice. En ese todo, se incluía a un puñado de monedas… "también la del Vaticano, la cual después me encargué de investigar a fondo", rememora Franz Heyl al valioso hallazgo que conserva en intacto. Si se tuviese que tasar dicha moneda, algo que ya avaluó, dice que cuesta unos 27 mil pesos.
Si buceamos a lo profundo de la historia de las 10 monedas más caras jamás vendidas, la que está al tope de lo que algunos denominan 'la reina de las aficiones', tiene en el podio al dólar Flowing Hair de 1794 (espécimen de Green-Contursi-Cardinal). A saber: la primera moneda acuñada en la tierra del Tío Sam. Allí, la Fábrica de Monedas de Estados Unidos abrió sus puertas en 1792, pero -como consigna el sitio de subasta Catawiki- durante los primeros dos años solamente acuñó monedas de cobre y algunas monedas patrón. Esta moneda en particular se ha conservado en su estado original durante más de 200 años.
Volviendo a este coleccionista de mar que en la Ciudad Puerto ha vivido en los cerros Cordillera, Alegre y ahora -hace cuatro años- en el plan porteño junto a su familia, sostiene que además de este hobbie, se desempeña como conserje en edificios.
Heyl narra que desde pequeño lo suyo fue hincarle dedicación a un pasatiempo particularmente detallista y oneroso, reconoce. Fue a los 12 años que le picó el bichito de la numismática. Y no paró: "De niño en mi casa había -en grupo- unas 100 monedas. Allí me entusiasmé. Entonces, de a poco comencé a coleccionarlas". Incluso antes: "La moneda chilena más antigua que tengo estaba en mi casa. Mi madre me contó una vez que mi abuelo, Jorge Olivares, era un doctor del Ejército. Y él mantuvo esas monedas que aún conservo".
Pasión en ultramar
Adentrarse en su relato es ser testigo de un anecdotario de vida. Pasión que lo mueve hasta latitudes idílicas. Ya en 1980, a sus 19 años y con el uniforme naval en ciernes, sólo tenía en mente una cosa: viajar por el mundo. Así, en 1982, tuvo su primera excursión foránea. Tras periplos a Ecuador, Venezuela, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Portugal, España -e Islas Canarias- y China, su colección monedera de pequeña pasó a respetable.
Ya lo decía Michel Foucault, filósofo e historiador francés, en su obra 'las palabras y las cosas': "La moneda es una memoria sólida, una representación que se desdobla".
En una segunda patita viajera, ya de adulto para 1994, don Franz se embarcó rumbo a parajes exóticos: Malta, Isla de Pascua, Hawai, Tahiti… y más monedas al tesoro personal. Ahora eran miles.
Hace un mes, ocurrió su última gran adquisición: una familia alemana le dio 20 monedas de la nación teutona. "¡Increíble!".
Monedas chilenas
En Chile, para los amantes coleccionistas de monedas, el trofeo mayor entre todas las que se han acuñado, corresponde a una casi desconocida. Su nombre: "el peso de Coquimbo". Este apetecido ejemplar puede alcanzar un valor de 25 millones de pesos. Para que se haga una idea: esta divisa nace en 1828 con la instauración de la Casa de Moneda de dicha ciudad. Poco y nada alcanzó a circular en el país. Es considerada de 'baja ley': no cumplía los requerimientos de granaje, trazado y tratamiento del metal. José Luis Ayala, encargado del Museo de Monedas y Billetes del Banco Central, lo dijo en su momento: "Es el sueño de todo coleccionista". Ahora, una anécdota se da con los "Cuatro escudos" de 1840, donde, supuestamente, debían figurar el huemul y el cóndor como emblema...
No obstante, la consulta de rigor: ¿cuál sería hoy la moneda más valorada de Chile? Para Franz Heyl Olivares, la de 500 pesos del año 2000. ¿Razón? "Porque la primera edición fue mal impresa: la fecha sale en la cara, no al reverso. No la tengo, la he buscado y sigo a su rastro. Las retiraron rápidamente de circulación. Está valora en 500 mil pesos". También menciona la de 10 pesos de 1985. "Es difícil de encontrar: está valorada entre siete y diez mil pesos".
Otra 'perla' criolla en su poder es una de 1860, año de recesión nacional. De allí que la pequeña moneda bañada en oro, a diferencia de las otras emitidas con diámetro y peso grande, no fuera acuñada en dicha época. "La encontré en un libro de 1919. Suerte que mi suegra que trabajaba en la Biblioteca de la Santa María, en el norte, me la trajera".
De las fabricadas en el tiempo de las fichas salitreras, dice que seis monedas son escasas de tener. Él las posee. Una de ellas, en el anverso de la moneda, registra la residencia que en 1983 le valió Patrimonio de Humanidad y que correspondió a un alemán que forjó fortuna en las salitreras nortinas a fines del siglo XIX. Y destaca otra moneda que hace alusión a un jerarca italiano del salitre. Además de varias monedas con valor histórico diseñadas en Perú.
Hasta los años noventa del siglo pasado, existía en la galería del Hotel Prat en Valparaíso, una casa de monedas. Heyl la extraña. Quedan pocas en Chile. A hoy, su consuelo está en un click, pese a que para él internet mató esta pasión: "Ahora se puede comprar una moneda por cuota, en tarjeta, todo en línea...". Y acota en actitud de reconocimiento: "Igual veo todo en las páginas de internet. En los mercados libres analizo la tasación".
Franz Heyl Olivares afirma con nostalgia que seguirá juntando monedas de colección, hasta que él muera, "ordenándolas todas en carpetas y archivadores". Sus "cuadros", a las que llama con cariño. Un amor numismático que quedará, suspira, en manos de su hija, Astrid. "Mi sueño... perpetuar esta afición".