La historia del último guardián de la ballenera de Quintay
José Barra conoció el crecimiento de la planta que se instaló en el pequeño poblado causando un auge económico que nunca más ha logrado repetir. Cuando la caza de las ballenas era legal, esta localidad vivió su época dorada.
"Nosotros no nos demorábamos nada en faenar una ballena. En menos de una hora ya la teníamos lista para echarla al horno", cuenta José Barra, antiguo maestro descuartizador nacido y criado en Quintay, y ex trabajador de la empresa ballenera Indus desde el año 1947 hasta el día en que detuvo faenas.
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Hubo días en que los humos y olores del funcionamiento de la planta ballenera de Quintay inundaban todo el pequeño pueblo ubicado a 70 kilómetros al norte de San Antonio.
Era un olor fuerte y desagradable producto del cocimiento de la carne, la piel, las vísceras y los huesos de ballenas y cachalotes. Ese hedor lo impregnaba todo: la ropa, las casas, las plantas... pero las pocas personas que habitaban el pueblo hace 50 años lo soportaban porque significaba trabajo. Y en esos años una buena pega valía mucho.
Al final, se acostumbraron al nauseabundo olor.
Hubo días en que la industria llegó a faenar 90 cetáceos en tres turnos de día y noche, de lunes a domingo.
Hubo días en que la empresa dio trabajo hasta a mil personas durante todo el año. Eso fue entre 1943 y 1967.
Hubo días en que Quintay estuvo en el mapa mundial de la producción ballenera.
Hoy la situación es diametralmente opuesta. La caleta resurge de la mano del turismo, del auge inmobiliario y la investigación científica de la Universidad Andrés Bello.
De la planta ballenera solo quedan restos oxidados y destruidos... unos pequeños resabios que no permiten imaginarse el tremendo potencial e incidencia en la economía local que alguna vez tuvo.
Memoria
En el esfuerzo por mantener la memoria del lugar y resaltar el recuerdo de lo que alguna vez existió, la Fundación Quintay se formó (octubre de 1997) para contribuir a la creación de una cultura de protección del medio ambiente marino y a largo plazo transformar las antiguas instalaciones en un centro de promoción del respeto al mar.
Por eso celebraron cuando el 27 de agosto de 2015 el decreto 321 del Minis terio de Educación declaró a la ex ballenera de Quintay como Monumento Nacional.
Ese empuje les permitió formar un pequeño museo en las ruinas de la industria donde se recuerda el trabajo que ahí se realizaba, específicamente en el procesamiento de los grandes cetáceos.
Sin duda una cruzada que implica empeño, pero que ya tiene camino adelantado.
La empresa
La Compañía Industrial conocida como Indus, tuvo operaciones en Quintay e Iquique reportando la caza de casi 30 mil cetáceos en aguas chilenas, entre 1938 y 1967.
En el libro "La ballenera de Quintay y otros relatos de la caza de ballenas en Chile", de Marcela Küpfer y Carlos Lastarria, se señala que la planta que se instaló en este poblado obtenía de las ballenas el aceite para la elaboración de diversos productos "como aceite comestible, manteca vegetal, margarina, emulsificador para la industria de helados, pasteles y perfumería, aceite de linaza, masilla, forrajes oleaginosos para ganado, jabón para lavar ropa, cola (pegamento) para carpinteros, abono, fertilizantes, glicerina, aceite de ballena y esperma, alcoholes grasos para la industria textil, harina de carne de ballena para alimento de aves, filete de ballena para alimentación humana y productos de tocador y perfumería general".
"En 1954, la Indus inaugura la planta ballenera de El Molle en Iquique, otro sinónimo de su expansión y que llegó a ser la faenadora de cetáceos más moderna de Sudamérica. Ese mismo año, la empresa firmaría un acuerdo con la norteamericana Unilever".
"En 1962, ambas empresas se asocian y dan forma a la Indus Lever, empresa que funcionó hasta 1982, cuando Unilever adquiere el 100% de las acciones de la Indus y cambia el nombre a Lever Chile. Para aquel entonces, la caza de la ballena era solo un recuerdo y los 80 años de historia industrial de la Indus terminaba su ciclo".
Recuerdos
José Barra pasa sus días en la caseta de ingreso al sector donde estaba la ballenera. Ahí cobra una entrada de mil pesos a los adultos que deseen conocer el museo.
Es una labor tranquila, demasiado a veces, pero que este hombre curtido por el paso de los años cumple con agrado pues le recuerda sus años de juventud donde se hizo una vida en la ballenera.
Comenta que "empecé a trabajar aquí a los 15 años".
Para esa época entrar a la industria era lo más esperado para un joven nacido y criado en el poblado. Era sinónimo de futuro. "Yo era maestro descuartizador. En 8 horas hacíamos más de 5 ballenas grandes, y de las más chicas, de esas cachalotes, se hacían 10 ó 12".
-¿Eso era por día?
-Noooo, en solo 8 horas. Acá en los años de mayor producción se trabajaba en tres turnos diarios. Uno entraba a las 4 de la mañana hasta las 12 del día, luego otro hasta las 20 horas, y el último hasta las 4 de la madrugada. Es que en esta zona había mucha ballena, llegaban los barcos todos los días.
-¿Cuando usted comenzó a trabajar aquí, cuánta gente laboraba en la planta?
-Ufff, al menos 800 personas. Venía gente de Valparaíso y muchos de Valdivia y Chiloé. No ve que allá antes había plantas balleneras y en los barcos se trajeron a todas esas personas. Muchos eran chilotes, esos fueron los primeros balleneros, después nos sumamos trabajadores de aquí, Casablanca y Valparaíso. Conocí a los primeros balleneros que llegaron, trabajaban en barcos mercantes y recorrían los mares del sur austral de Chile. Luego se instalaron en la isla Guafo en Chiloé y después fueron recorriendo hacia el norte en busca de los cachalotes. Hasta que llegó un momento en que regresar a su base les resultaba muy lejos y decidieron instalarse por acá.
-¿Era buena la pega?, ¿pagaban bien cuando usted comenzó en la Indus?
-Sí, daban buen dinero. Aquí en Chile no había una fábrica que pagara mejor que esta. Por eso todos querían trabajar aquí.
-¿Recuerda cuánto comenzó ganando?
-Sí, eran unos centavos nomás. Imagínese del año 48, debieron haber sido 6 ó 10 pesos, pero para mí era mucha plata. Cuando me retiré como maestro descuartizador ganaba 650 pesos y eso me alcanzaba para comprar mercadería para el mes y me quedaban 200 pesos para darme vuelta. Era harta plata, rendía.
-¿Y qué había en Quintay para gastar ese dinero?
-Nada poh, los trabajadores iban a Valparaíso. Cuando paraba la ballenera para hacer alguna reparación, la única parte donde ir era Valpo. Aquí era zona seca, no se vendía trago, aunque de todos modos nos arreglábamos para tomar algo.
-¿Cómo lo hacían?
-Es que por aquí pasaban los camioneros todos los días, teníamos amigos que traían el vino en chuicas y los salíamos a esperar al camino, jajajá. Por ahí mismo nos pegábamos unos cañonazos.
Eran días buenos en Quintay, había muchos trabajadores, plata y empleo, pero la ecuación no duraría para siempre.
-¿Cuándo comenzó a declinar la cosa?
-Todavía quedaban ballenas, pero paró porque nos dijeron que comprarían sebo en el extranjero que era más barato que producirlo aquí. Pero tres años después las ballenas fueron puestas en veda.
-Y ahora toda esa industria ballenera es solo recuerdos y silencio...
-Ufff, se vienen muchos recuerdos. Tanta gente que pasó por aquí, tantos barcos, ballenas. Me acuerdo aún de los cortes que le hacía a la ballena. Los tengo aún en mi mente. A veces me acuerdo de esos años.