En busca del tesoro perdido en las ruinas de Cobija
Los pocos habitantes de la caleta Cobija se ubican entre todos, salvo a los exploradores que vienen cada cierto tiempo con un detector de metales a buscar un supuesto tesoro escondido desde los tiempos de gloria del lugar. ¿La caja de fondos de un banco? ¿El oro de Francis Drake? ¿Una carga hundida por el terremoto? Quien sabe, pero los habitantes dicen que algo hay.
Dicen que hay una caja de fondos escondida acá. Alguien (o algo) la fondeó debajo de la tierra, o del mar, o de las decenas de murallas de adobe que fueron las casas de los 5 mil habitantes que alguna vez tuvo Cobija. Ayer fue un importante puerto considerado capital del ex litoral boliviano. Hoy es un puñado de casas donde hombres, mujeres y perros viven en torno al mar, una caleta de pescadores donde no viven más de cien personas. A veces llegan extraños. Gente buscando el tesoro.
Dicen que había un banco. No sería extraño, tomando en cuenta lo importante que fue Cobija en la época previa a la Guerra del Pacífico. Por aquí pasaban los minerales del desierto antes de que el Chango López siquiera pensara en poner un pie en lo que hoy es Antofagasta. Hace unos días apareció una carta escrita en francés, una suscripción a "El Mercurio de Valparaíso" de 1878 y varios testimonios de la época que estuvieron enterrados al menos 140 años. A cada tanto, cuando uno camina por entre las resquebrajadas paredes de adobe, ve en el piso latones oxidados por la humedad marina, que tal vez pudieron ser usados por los antepasados de esta tierra en la época de riqueza. O tal vez más recientemente, por algún turista sin bolsa de basura a mano.
Dicen que viene gente con detector de metales a pasearse por Cobija. Nadie sabe si la caja de fondos tiene billetes de raro valor o un cerro de monedas de oro que harían provocar la envidia del mismísimo Rico Mac Pato, pero cada cierto tiempo aparecen aventureros buscando ese tesoro desde las raíces de la tierra, sin éxito. Ricardo Pinto (62), pescador nacido y criado en Cobija, cuenta que la historia la escuchó de un vecino que llegó a vivir hasta los 100 años.
-Nosotros también escarbamos. Ahora no se puede porque es Monumento Nacional.
Dicen que hubo quienes encontraron hartas otras cosas pero que en la noche no los dejaron dormir. Lo asegura Ricardo Pinto, antes de tomar su malla para ir a sacar una docena de lapas al mar para freírlas y comerlas con arroz. Cuando él era chico, encontró tiradas unas puntas de flecha de un presunto cementerio indio, pero a los otros que se las intentaron dar de Indiana Jones, los terminaron penando, narra. Sobre el tesoro, piensa, tiene que haberse ido fondeado al mar porque así lo contó el finadito que vivía por aquí. Todos lo buscan en la orilla, pero se fue al mar, cuenta.
-Había un compadre con una máquina: 'aquí está el tesoro'. Pero habían puras latas.
-¿No se motiva a buscarlo?
-No, de adónde.
Excavadores
Dicen en el pueblo que aunque no hay un sólo almacén en todo el territorio, una persona les compra todo lo que salga del mar y desde Antofagasta les trae desde el balón de gas hasta la bebida de tres litros desechable. Con respecto a otras comodidades, hay algunos pobladores como Ricardo Pinto que tienen paneles fotovoltaicos, pero otros ni siquiera tienen un enchufe. El buzo David Narváez posee un motor para darle electricidad al freezer donde guarda el pulpo que recién sacó de la orilla, y que pronto venderá a cuatro lucas el kilo.
Dicen que no era un banco, sino que una parte del oro que se robó el pirata Francis Drake y que vino a guardar a Cobija. David Narváez sabe de la historia del tesoro, pero no del detalle. Está concentrado en otro hallazgo tan espectacular como ése. Él fue uno de los que encontró las cartas de 1878 y las tiene en un sobre, bajo celosa protección. No todos los días aparecen tesoros documentales de tal magnitud, aunque los interesados acá vienen por el otro tesoro, el que los podría hacer ricos.
-He visto mujeres, hombres, pero nunca han encontrado nada. Para el lado de la pulpería, en ese cuadrado grande (apunta hacia las ruinas), hay una cruz, una iglesia. Una vez estuvieron como una semana, se pusieron con carpas ahí.
Dicen las letras dibujadas en un cartel instalado sobre una base de adobe: "En este lugar estuvo la iglesia Santa María Magdalena de Cobija". A su lado hay un crucifijo con la silueta de Jesús marcada con latón y un verde madero con la inscripción "Patrimonio", como pidiendo al visitante que cuide el entorno histórico, aunque cada espacio plano de las paredes está rayado con nombres de turistas ansiosos de dejar su recuerdo (y fecha) para la posteridad. Las ruinas alrededor también tienen varios rastros de excavaciones que no llegaron a más de metro y medio hasta que se detuvieron. Su cometido es un enigma pero hay pobladores que lo atribuyen a los exploradores. Puede que hayan detectado el enorme trozo de una inservible lata de cerveza (como abundan varias tiradas por acá) o es probable que hayan sacado el famoso tesoro y ninguno de nosotros se enteró.
-Debe estar- menciona Bernardo Figueroa, trabajador tocopillano que viaja a Cobija a hacer casas, cuando le preguntan si cree que se llevaron la caja de fondos a algún lado- Los fines de semana viene harta gente a puro curiosear. Debe de tener la plata que tenían antes, si habían cinco mil pobladores puh jefe.
Dicen los amigos del buzo David Narváez que tanto Víctor Carvajal como Juan Ortiz, los primeros descubridores de las cartas halladas bajo tierra, están en alta mar y no volverán hasta pasadas las tres de la tarde. Narváez narra que los documentos estaban a unos veinte centímetros bajo tierra, en perfectas condiciones, junto a un tronco, mientras construían una cocina en un alto que mira hacia la costa. Mucho papel invaluable, pero ni un solo peso ni cargas de plata. De todas formas, el contenido del tesoro es impreciso. Rubén Araya, antofagastino que viaja a Cobija a comprar pescados y mariscos, tiene otra teoría que desplaza al banco y a los piratas.
-Supuestamente el oro lo transportaban en carreta tirados por los bueyes por el cerro de Cobija (...) Dice la leyenda que una carreta quedó atrapada en los caminos del cerro tras el terremoto en esos tiempos.
Dicen que el tesoro escondido de Cobija ya tiene que haber aparecido. O que pudo haberse destruido la caja en caso de que haya terminado en el mar, como piensan algunos habitantes del pueblo. Hay otros, como Marcelo Véliz, que ni siquiera habían escuchado la historia. Cualquiera sea el caso, el pueblo ha sufrido aluviones y tsunamis (como el de 1877, que arrasó el lugar) que pudieron haber movido el tesoro de dirección, si es que éste realmente existe y no todo haya sido un mito urbano que corrió de boca en boca hasta motivar a decenas de incansables exploradores a buscar el oro, dinero, joyas, o lo que sea que haya bajo la tierra. Pero eso es lo que dicen.