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nuestros 'viejitos', nuestros héroes civiles, campesinos, mineros, de pueblos originarios, los sacerdotes, los niños y nuestras valientes mujeres".
Asimismo, Olivares destaca las características de alguno de los combatientes allí inhumados, muchos de los cuales participaron prácticamente en todas las campañas de la guerra.
"Tenemos el caso de Víctor Barrionuevo Cerezo, quien con 14 años estudiaba en la escuela Bruno Zabala de Copiapó. Una mañana fue a la estación de ferrocarriles para despedir el tren que llevaba soldados del Atacama. Al partir la máquina, Barrionuevo subió al andén del carro y gritó '¡Me voy a la guerra!' De esta forma, desembarca en el puerto peruano de Ilo. Allí recibe su traje y su arma. Combate en Los Ángeles (Perú), Alto de la Alianza, Chorrillos y Miraflores, entrando triunfante a Lima. Con tan solo 17 años, se convierte en un glorioso veterano y recibió las medallas de plata correspondientes. Se establece en Antofagasta, donde muere, siendo sepultado en este mausoleo".
Olvido
La construcción del mausoleo fue realizada por los mismos veteranos en vida, quienes estaban asociados a una sociedad de beneficencia establecida en el año 1900.
El investigador y académico de la Universidad Católica del Norte, Isidro Morales, da el detalle de cómo fue la vida de estos excombatientes, una vez concluido el conflicto.
"Después de la guerra, mucho de estos soldados se quedaron trabajando en el norte, ya sea en las pampas como obreros salitreros o en las costas como portuarios. Lo lamentable es que con el paso de los años, varios quedaron echados a su suerte. Varios cayeron en la pobreza, puesto que resultaron lesionados o amputados después de las batallas. Incluso aparece en la prensa de la época cómo agrupaciones de vecinos organizaban ollas comunes o colectas para estos hombres", cuenta.
Misma opinión comparte el investigador histórico especializado en la Guerra del Pacífico, Mauricio Pelayo González, quien explica que tras la guerra "no fue fácil para ellos adaptarse nuevamente a labores en muchos casos olvidadas, pero quienes podían físicamente hacerlo, se empeñaron en eso. Otros no se adaptaron jamás y terminaron sus días en la Casa de Orates sin reponerse de lo duro de la guerra. Algunos enfermos murieron al poco tiempo, y como en la guerra, sus restos depositados sin honores ni palabras terminaron en las fosas comunes de los cementerios. La guerra había terminado y sus vidas debían seguir, el Estado ya no los necesitaba".
Por último, Pelayo agrega que "en 1906 recién comenzó a reconocer con un bono, cuando la mayoría ya había muerto abandonado. En 1925 son llamados a justificar sus servicios para recibir nueva ayuda del Estado, aun menos quedaban con vida. Quedaban solo los que muy niños partieron a la guerra para recibir este reconocimiento y un hito muy importante que debió ocurrir mucho antes, se decreta en 1926 como el Día del Veterano del 79".