La revolución de los indefensos
Señor director:
La reciente discusión de los seres sintientes en relación con los peces y moluscos -sí, peces y moluscos- ha traído consigo una apasionante confrontación de antaño: qué diferencia existe entre la vida humana y las demás vidas.
En el transcurso de la historia se ha distinguido tres grados de vida, a saber, la vida vegetativa, la sensitiva y la racional. Lo anterior es una suerte de medición de la perfección vital que involucra una diferenciación en el avance de interioridad y, por tanto, de ejecuciones o maniobras más sofisticadas y complejas.
En breve, la vegetativa reconoce una perfección vital dependiente al bien de la especie, la sensitiva, además de ello, profundiza al incorporar operaciones de conocimiento y apetito sensible, es decir, el ser del perro o gato está menos limitado por la materia que el ser de la lechuga (vida vegetativa) y la piedra (ser inerte). Sin embargo, la vida racional va mucho más allá y agrega el conocimiento intelectual y el apetito racional, esto es, la facultad de conocer de manera abstracta y de poder inclinarnos hacia aquello que conocemos, no por instinto o supervivencia, sino que nuestras actividades se encuentran con la capacidad de ser dirigidas por el intelecto y la voluntad.
Por tanto, aquellos que profieren con grandilocuencias en la pasada cuenta pública un proyecto de aborto libre y que, recientemente, reconocen en los peces un ser sintiente que debe ser protegido, sólo demuestran que sus actos están guiados por la más nefastas de las ideologías: la relativización de la vida, lo que obedece a una de las crisis más grandes del mundo occidental, un materialismo práctico que es funesto en reconocer la existencia humana desprovista de su trascendencia y reducida a su inmanencia.
¿Puede existir una posición más repugnante y vergonzosa que no reconocer que el nasciturus en el vientre es un ser sintiente, pero proferir que el pez sí?
La dignidad humana es el reconocimiento más genuino y expreso de la naturaleza de la persona, de entendernos como seres racionales, distintos a los sintientes, con una trascendencia tan propia que es, por así decirlo, nuestra "marca de sello", aquello que nos hace únicos e irrepetibles y que, por el simple hecho de ser tal, tenemos la mayor perfección vital posible y que la persona es ejemplo pleno de ello.
En consecuencia, hay que combatir con fuerza la revolución identitaria tan propia del Frente Amplio y enarbolar con ímpetu la revolución de los indefensos, quienes, siendo inocentes y más débiles, son desplazados al último escalafón de protección y desprovistos de la propiedad más intrínseca: su dignidad.
Alonso Rivera